“¿Me estás echando?” La escansión y la sesión de duración variable en la praxis clínica lacaniana

Pietrusza, C., & Hook, D. (2016). ‘You’re kicking me out?’ Scansion and the variable-length session in Lacanian clinical praxis. Psychodynamic Practice, 22(2), 102–119. https://doi.org/10.1080/14753634.2016.1162109

Resumen

Este artículo aborda los temas lacanianos de la escansión y la sesión de duración variable, basándose tanto en la literatura existente como en dos estudios de caso breves. La escansión —el procedimiento clínico de puntuar, interrumpir o cortar las producciones analíticas de un paciente— se discute a la luz de un precedente histórico clave dentro de la psicología, concretamente la noción del efecto Zeigarnik. Además, se relaciona brevemente con la obra de Freud (su tratamiento del Hombre de los Lobos, la técnica de la asociación libre) antes de ser contextualizada clínicamente mediante la atención a las estructuras diagnósticas lacanianas de neurosis, psicosis y perversión. Se ofrecen fragmentos de dos casos —uno centrado en un paciente obsesivo y otro en uno histérico— como medio para introducir una descripción más clínicamente aplicada de la escansión. Este modo de intervención —similar a un gesto interpretativo enigmático— busca poner a trabajar el inconsciente; interrumpir las producciones defensivas del yo; y, potencialmente, extender y apoyar la transferencia. El artículo concluye señalando que si bien la sesión convencional de 50 minutos proporciona un espacio seguro, regular y contenedor en el que los pacientes pueden hablar, lo que excluye son los posibles beneficios terapéuticos relacionados con los efectos de la interrupción y la suspensión, la separación y la no resolución.

Palabras clave: Lacan; escansión; suspensión; transferencia; sesión de tiempo variable

Introducción

La innovación lacaniana de la sesión de duración variable siempre ha sido controvertida. Mientras que la mayoría de las demás formas de psicoanálisis han tomado la “hora” analítica (una cantidad estandarizada de tiempo, típicamente de 45 a 50 minutos) como una parte casi sagrada o inmutable de lo que se considera el “marco” terapéutico o el “ambiente contenedor” [holding environment], Lacan, en cambio, en su práctica, tomó en serio la afirmación de Freud de que el tiempo del inconsciente y el de la conciencia no son lo mismo (Evans, 1996; Forrester, 1990), y varió la duración de sus sesiones para facilitar una apertura al primero. Esta práctica de Lacan se consideró tan radicalmente disruptiva para el establishment psicoanalítico de la década de 1960 que, entre otras cosas, condujo a su “excomunión” de la Asociación Psicoanalítica Internacional en 1963 (Schneiderman, 1983). Aún hoy, la idea de sesiones de duración variable sigue siendo, en su mayor parte, un tabú en el psicoanálisis convencional. Quizás baste con un dato anecdótico: en conversaciones con analistas relacionales sobre esta práctica, a nosotros (los autores, Celeste Pietrusza y Derek Hook) incluso nos han dicho que era “peligrosa” y “cruel”. ¿A qué se debe esto? Si nosotros, como analistas de diferentes orientaciones, somos freudianos en la medida en que consideramos el inconsciente atemporal, ¿cómo podemos esperar, entonces, que se ajuste a las exigencias de nuestras agendas, a veces demasiado ordenadas, a los ritmos conscientes y mesurados del tiempo? En este artículo, analizamos la importancia clínica y la justificación de la escansión dentro de una ética lacaniana del psicoanálisis y, utilizando material de estudio de caso extraído de la práctica clínica de Celeste Pietrusza, analizamos cómo su uso puede brindar oportunidades para que nuevo material inconsciente modifique y altere los síntomas fijos.

Hacia una ética de la disrupción

Para empezar, ¿qué son las sesiones de duración variable y cómo funcionan, aparentemente? Las sesiones de duración variable, técnicamente, pueden variar desde 30 minutos o menos o, por otro lado, durar más que los 50 minutos estándar. Sin embargo, en círculos lacanianos, la frase también se refiere a lo que se conoce como “sesiones cortas”, que pueden, con analizantes particulares, ser tan breves como unos pocos minutos. La sesión corta se emplea como una forma de evitar que un analizante use el tiempo cronológico como defensa contra el presente del inconsciente (Fink, 1997). Tanto en las sesiones de duración variable como en las cortas, el habla del analizante —o la falta de ella— puede ser interrumpida por un acto del analista conocido como “escansión”. La palabra “escansión” proviene del verbo francés “scander”, que se refiere a la práctica, en poesía, de dividir una línea según sus pies métricos, como se podría, por ejemplo, con los yambos de un soneto. La escansión, como tal, implica «cortar, puntuar o interrumpir el discurso de un analizante» (Fink, 1997, p. 229). Al escandir una sesión, un analista detiene a un analizante en lo que el analista considera —en el momento y no de antemano— un punto clave. Según Fink (1997), el analizante «puede estar negando algo vigorosamente, puede estar afirmando algo que ha descubierto, puede estar contando una parte reveladora de un sueño o puede que simplemente haya cometido un desliz» (p. 16). Como tal, lo que hace la escansión es llamar la atención sobre el propio lenguaje de su analizante, las expresiones de su inconsciente. Detener la sesión es, en el sentido lacaniano, un acto analítico, uno que abre un camino hacia el deseo inconsciente y el goce previamente desmentido a través de un encuentro fortuito, uno que abre la pregunta por el deseo del analista. Como señala Laurent (1996), inevitablemente surge la pregunta: ¿por qué me detuvo allí?En el análisis lacaniano, la cuestión abierta del deseo del analista es crucial y, de hecho, se considera «la fuerza motriz del análisis» (Fink, 1997, p. 29). El analizante neurótico, en particular, según Fink (1997), está impulsado por «una pasión por no saber» (p. 7) y, como tal, el deseo del analista debe trabajar para abrir y producir una relación con nuevos y diferentes tipos de conocimiento: el del inconsciente del analizante. El analista, en el análisis lacaniano, sirve, por lo tanto, como la causa del deseo del analizante. Fink (1995) escribe que los analizantes

a menudo amoldan su discurso, debido al amor transferencial, con la esperanza de decir lo que sus analistas quieren que digan, lo que creen que sus analistas quieren oír, y hasta que […] llega una interrupción […] pueden seguir creyendo que están logrando su propósito. (p. 66)

El analista, quien, en el psicoanálisis lacaniano, ocupa la posición del “sujeto supuesto saber», adopta un «discurso de separación» (Fink, 1997, p. 67) que interrumpe la relación fantaseada entre analista y analizante, marcándola con una diferencia insalvable. La pregunta “¿Qué quiere el analista —o el Otro— de mí?” debe seguir siendo abierta y enigmática, y el analizante debe trabajar continuamente para ponerla en palabras a lo largo del análisis. El acto de escansión, por lo tanto, puede funcionar como una sacudida para el analizante, que pone en primer plano la cuestión del deseo del Otro. Cuando una sesión se interrumpe en una frase o momento particular, el analizante debe hacer el trabajo creativo del análisis no solo durante, sino entre sesiones, para producir algo nuevo. El analizante se da cuenta de que el analista quiere algo más… ¿pero qué?

Esto debe seguir siendo una pregunta abierta: el análisis lacaniano, a diferencia de, digamos, la psicología del yo estadounidense, no busca interpretar la transferencia, sino más bien trabajar dentro de ella, abriendo preguntas y problemas en lugar de cerrarlos. En el Seminario XI, Lacan (1981) describe la transferencia tanto como una puesta en acto de la realidad del inconsciente, como un cierre del inconsciente, reiterando así el relato de Freud (1914a) de la transferencia como simultáneamente el motor del tratamiento psicoanalítico y el arma más poderosa de resistencia. La transferencia, por lo tanto, en la praxis lacaniana, tiene una relación tanto con los registros del yo ilusorio como con el inconsciente. De ahí la distinción lacaniana entre una transferencia imaginaria (o egocéntrica) (en la que el analista cautiva los intereses del yo del analizante) y una transferencia simbólica (en la que la relación de transferencia se evidencia entre el analizante y su propio material simbólico) (Lacan, 1988a).

Como acto de interrupción de la transferencia imaginaria, la escansión actúa para perturbar las certezas del yo y contrarrestar los espejismos narcisistas (Vinciguerra, 2003). El analista, disfrazado del deseo siempre cambiante del Otro, trabaja para profundizar la brecha entre la relación imaginaria o yoica entre el analista y el analizante, haciéndola «insostenible» e «induciendo cambios en ella» (p. 67).El trabajo del analista de enfatizar la brecha, ruptura u obstáculo entre el analista y analizante, por lo tanto, también ilustra la brecha entre el deseo del analizante y el deseo del Otro. El deseo, en la formulación lacaniana, está siempre necesariamente ligado al deseo del Otro (Lacan, 1981). Esta famosa formulación contiene una serie de significados que se entrecruzan: el sujeto desea al Otro; desea como el Otro (desea lo que el Otro desea); desea el deseo del Otro (es decir, desea ser deseado); y desea el reconocimiento del Otro en tanto sujeto. Podríamos tomar aquí como ejemplo el caso del deseo sobredeterminante del deseo de los padres de un analizante dado, que “sobreescribe” o delimita por completo los parámetros de los deseos subjetivos del analizante. El trabajo de un análisis lacaniano es, entonces, interrogar, a través de la transferencia, la relación fantaseada entre el deseo del analizante y el deseo del Otro con la esperanza de desenredar los dos y, en última instancia, reconfigurar la singularidad de la propia fantasía fundamental del paciente. El analizante debe, de alguna manera, en lugar de ser el objeto de este deseo elusivo, convertirse en su sujeto [subject]. Esto sigue la rearticulación de Lacan (2006b) de la famosa declaración de Freud (1932, p. 80), Wo Es war, soll Ich werden, que presenta el imperativo ético del psicoanálisis no como «Donde estaba el ello, el yo debe advenir» –como aparece en la Standard Edition– sino como una variante de lo siguiente: «Allí donde él –el inconsciente– está, allí debo llegar a ser» (Neill, 2011).

Contra el cierre

Para efectuar un discurso de separación, el psicoanálisis lacaniano —y, a continuación, el trabajo de escansión— se dirige a lo que, para Lacan, se conoce como “lo real”, es decir, el ámbito de la disyunción y la contingencia que yace más allá tanto de la encapsulación del discurso y la simbolización como del registro yoico de lo imaginario (Soler, 2014). Esto significa entonces que la escansión altera y previene varias formas de “cierre”. Suspende aquello hacia lo cual el yo gravita tan ansiosamente: la aparente estabilidad del significado; el (des)reconocimiento de lo que cree que ya sabe (y sabe sobre sí mismo); la seguridad defensiva marcada por el ideal de “comprensión” (Fink, 2014) y la identidad. Aquí, podríamos arriesgarnos a una breve comparación de la innovación técnica de Lacan con la regla fundamental de Freud. La asociación libre altera la regularidad de las narrativas conscientes del yo, buscando conexiones inesperadas y abriendo avenidas inconscientes de exploración. Cabe destacar que, además, genera mínima ansiedad y, en la práctica, es prácticamente imposible de mantener. La escansión no difiere en sus objetivos estratégicos. Asimismo, busca facilitar la emergencia del inconsciente, derrocar momentáneamente la hegemonía del yo y, bajo la presión de una ansiedad mínima, producir efectos inesperados, es decir, facilitar el material inconsciente.

Stuart Schneiderman, uno de los antiguos analizantes de Lacan, aborda explícitamente la conexión entre la asociación libre y la escansión:

La presión combinada de la brevedad de las sesiones y la imprevisibilidad de sus interrupciones crea una condición que agudiza considerablemente la tendencia a la asociación libre. Cuando se les ocurre algo, se expresa casi de inmediato, con espontaneidad, pues no hay tiempo para reflexionar sobre ello ni para encontrar la formulación más adecuada. Se anima al paciente, sin mucha sutileza, a ir al grano, a no procrastinar. (1983, págs. 133-134).

Podríamos decir entonces que la escansión pretende hacer lo mismo a la temporalidad controlada por el yo, que lo que la asociación libre hace con la narrativa controlada por el yo.

Nos conviene recordar aquí la discusión de Freud (1914b) sobre cómo manejó un impasse que surgió en el caso del Hombre de los Lobos. El paciente, nos dice Freud (1914b), se había «atrincherado tras una actitud de apatía complaciente», mientras escuchaba y comprendía, «permanecía inaccesible»; «dejó de trabajar para evitar más cambios… y para permanecer en la situación que se había establecido» (p. 11). Freud resolvió que solo había una manera de superar este impasse, determinando «que el tratamiento debía finalizar en una fecha fija particular, sin importar cuánto hubiera avanzado» (p. 11).

Bajo la inexorable presión de este límite fijo, su resistencia y su fijación a la enfermedad cedieron, y ahora, en un tiempo desproporcionadamente corto, el análisis produjo todo el material que hizo posible aclarar sus inhibiciones y eliminar sus síntomas. (1914b, pág. 11).

De ahí la dimensión “ética” de la escansión: es una estrategia de gestión del tiempo que pretende no sólo facilitar la aparición de materiales reprimidos importantes, sino también lograr una cura.

Volviendo a la noción de “golpear lo real”: un acto o intervención analítica que pueda describirse en tales términos produce una especie de apertura (idealmente, la del inconsciente); desequilibra la postura defensiva del paciente; y saca a la luz algo nuevo (idealmente, algo que había sido reprimido). Este “golpear lo real” puede, pues, considerarse una condición necesaria para que el sujeto articule el deseo. Si bien no toda escansión “golpeará lo real” (¡esto no sería ni posible ni deseable!), este tipo de puntuación al final de una sesión empuja al sujeto a equivocarse, a empezar a cuestionar «en la dirección de un deseo de saber, que empuja al sujeto más allá del goce del recuerdo, hacia una construcción en el análisis» (Briole, 1999). En otras palabras, el deseo de saber del analizante trabaja para producir algo nuevo, concretamente a través de una reorganización de lo que Soler (2014) llama los «restos» que la escansión produce, los restos que quedan entre sesiones y que el analizante solo entiende après-coup, después del hecho. Lo que estos «restos» hacen, según Soler (2014), es señalar un goce prohibido que revive la pregunta transferencial necesaria para el proyecto analítico. La escansión produce así un efecto relacionado con la transferencia, uno que puede aparecer como una pregunta sin respuesta (y posiblemente, sin respuesta) para el sujeto con respecto al deseo. Este tipo de preguntas sugieren que algo permanece inacabado para el analizante y, por lo tanto, se repetirá.

Extendiendo la transferencia

En el Seminario II, Lacan (1988b) menciona el impacto de lo que, en psicología, se ha denominado el efecto Zeigarnik, que él glosa como «el efecto psicológico producido por una tarea inacabada cuando deja una gestalt en suspenso, por ejemplo, la necesidad generalmente sentida de resolver una frase musical» (2006c, pág. 184). Este concepto merece un grado de contextualización. A través de una serie de experimentos, la psicóloga rusa de la Gestalt, [Bluma] Zeigarnik (1927), descubrió que los individuos tienden a detenerse y persistir más en las tareas que sienten inacabadas. En otras palabras, las personas tienen recuerdos y reminiscencias abrumadoramente más vívidos de los detalles de las tareas cuando se interrumpen. Esta noción ha informado la práctica psicoanalítica de la escansión, como en la referencia de Fink (2015) a cómo los clínicos lacanianos prefieren no terminar con una nota prosaica, ya que «la tarea inacabada, la tarea desconcertante es lo que mantiene la mente [del analizante] trabajando más … [por lo tanto] buscamos terminar con algo impactante». La interrupción abrupta producida por la escansión, a la luz del efecto Zeigarnik, crea una pausa memorable que puede obligar a los analizantes a confrontar y quedarse con la pregunta de su deseo no solo durante las sesiones, sino también entre ellas. Curiosamente, existe algo así como un precedente dentro de Freud para la idea de una actuación inacabada que estimula el inconsciente. En La interpretación de los sueños, Freud ofrece la siguiente especulación que concuerda con la definición de Lacan del efecto Zeigarnik:

[Cuando] suenan unos compases de música y alguien comenta que son del Fígaro de Mozart… me vienen a la mente varios recuerdos a la vez, ninguno de los cuales puede entrar en mi consciencia por separado al principio. La frase clave sirve como puerta de entrada a través de la cual toda la red se pone simultáneamente en estado de excitación. Bien podría ocurrir lo mismo en el caso del pensamiento inconsciente. (SE 4, p. 497)

Sin embargo, volviendo a la cuestión del contexto histórico y académico: los investigadores en psicología descubrieron que el efecto Zeigarnik se intensificaba en las tareas en las que los individuos estaban más involucrados (Van Bergen, 1968). A diferencia de los animales, que aprenden a mejorar o adaptarse a partir del fracaso, para los humanos, en ciertas situaciones, el fracaso y las experiencias negativas se recuerdan —y, como se ve en el encuentro analítico, se repiten— de forma más dramática. Como tal, la repetición puede volverse disruptiva, «vacilando más allá de todos los mecanismos biológicos de equilibrio, armonización y acuerdo» (Lacan, 1988b, p. 90). Para Lacan, esta repetición antiadaptativa solo ocurre en los humanos a través del orden del lenguaje y el intercambio simbólico.

Aunque algunas orientaciones del psicoanálisis, como la del colega de Lacan, Daniel Lagache, han utilizado el efecto Zeigarnik para explicar la transferencia como una repetición, Lacan, en cambio, sostiene que el efecto Zeigarnik depende en primer lugar de las operaciones de la transferencia (Parker, 2003). Otra forma de plantear esto podría ser decir que Zeigarnik solo podía notar el efecto que tenía debido a la transferencia entre ella como experimentadora y sus participantes. La transferencia es, por lo tanto, lo que motivó la investidura y el recuerdo de los participantes en la tarea experimental en cuestión. En resumen: si los sujetos del experimento no tuvieran alguna transferencia hacia la tarea o el experimentador, el efecto sería mínimo o inexistente. El punto en cuestión es claro: reducir la transferencia a la compulsión de repetición limita las posibilidades del análisis y la posición creativa del analista al intervenir en la dirección de la cura (Nobus, 2000).

Como han señalado diversos investigadores (Soler, 2014; Vinciguerra, 2003), lo que hace que el efecto Zeigarnik sea de particular interés para el psicoanálisis es que exige una respuesta. El analista lacaniano, sin embargo, no responde al registro de la demanda, no da una respuesta al analizante, sino que deja abierta la pregunta transferencial. Al crear lo que en poesía podría considerarse un salto de línea, la escansión corta el discurso del analizante, dejándolo con una sensación de ambigüedad y multiplicidad. El analista no interpreta directamente y, por lo tanto, las últimas palabras de una sesión no se convierten en las últimas palabras sobre un asunto, sino en puntos de partida para la libre asociación y las producciones inconscientes del analizante.

Por lo tanto, la escansión puede concebirse no solo como un proceso dentro del contexto de la transferencia (con base en ella), sino como una adición y extensión a la transferencia, siempre que tengamos presente que la transferencia (simbólica) en cuestión debe dirigirse al material inconsciente del propio paciente, no solo al analista en el registro del yo o de lo imaginario. La práctica clínica de suspender la resolución y los significados “cerrados” puede, por lo tanto, motivarse en función del desarrollo y la amplificación de la transferencia misma.

Este es un momento oportuno para mencionar una de las críticas frecuentes a la escansión. En una entrevista reciente, Fink (2015) respondió a la pregunta de si la escansión no era excesivamente disruptiva, especialmente para pacientes en crisis, para quienes la presencia persistente y confiable del analista dentro de la estructura de contención de la sesión de 50 minutos sin duda resultaría un factor tranquilizador y estabilizador. Fink responde señalando que el marco de la sesión de 50 minutos (normalmente en su franja semanal inalterable) no es el único medio para brindar apoyo a los pacientes en crisis:

Existen muchos conceptos erróneos sobre el trabajo de un lacaniano. Cuando un paciente está en crisis, es muy probable que el analista lo invite a volver ese mismo día. Cuando las personas están en crisis, existen diferentes enfoques, no solo un marco al que hay que aferrarse. Cuando un paciente está en crisis, intento atenderlo tanto como sea necesario. No es necesario fijar 45 minutos; no es la cantidad de tiempo la que hará que la ansiedad desaparezca ni la que dará lugar a una conversación que calme los miedos o las tendencias suicidas. (Fink, 2015)

Lo que se sigue de esto es una sensación de cómo la escansión es obviamente algo que necesita ser utilizado junto con una variedad de otras técnicas clínicas (interpretación, asociación libre, relato de sueños, etc.), cada una de las cuales necesita ser utilizada de manera oportuna, sensible y claramente estratégica como parte de la dirección de una cura.

Esto no implica que no existan opiniones discrepantes, incluso dentro de la comunidad lacaniana en general, sobre el uso de la escansión. Incluso el reconocido filósofo y crítico social Slavoj Žižek (2014), quizás el defensor más reconocido de los elementos más radicales de la teoría lacaniana —y, en particular, del registro de lo real—, expresó recientemente sus reservas en una breve discusión sobre la técnica:

Lacan observó que, en una sesión psicoanalítica estándar de 50 minutos, el paciente simplemente repasaba las cosas una y otra vez, y que solo en los últimos minutos, cuando la sombra del final, de ser interrumpido por el analista, se acercaba, entraba en pánico y producía material valioso. Así que se le ocurrió la idea: ¿por qué no omitir oportunamente el largo período de tiempo perdido y limitar la sesión a los últimos minutos, cuando, bajo la presión del tiempo, algo realmente sucede? El problema aquí es: ¿podemos realmente obtener solo la parte final productiva sin los 45 minutos previos de tiempo perdido, que funcionan como tiempo de gestación del contenido que explota en los últimos cinco minutos? (2014, pp. 201-202)

Consideraciones de estructura

Por supuesto, el analizante no sabe lo que el analista quiere decir cuando termina la sesión en un punto particular. De hecho, el analista no afirma saber lo que se quiso decir, solo que lo que se dice es de interés, de importancia para el análisis. Como escribe Vinciguerra (2003), «el analista no sabe de antemano; espera algo de las palabras del analizante, un evento de habla que producirá kairos, una oportunidad». Para que esta descripción no sugiera un tipo de práctica analítica insensible —una caricatura no infrecuente de la técnica lacaniana— es importante notar que un analista solo emplearía la escansión después de una cuidadosa consideración de lo que, en los diagnósticos psicoanalíticos lacanianos, se entiende como la estructura clínica del paciente. La estructura clínica puede ser neurótica (incluyendo las subcategorías de obsesividad, histeria y fobia), perversa o psicótica. Cada estructura implica una posición subjetiva distinta respecto a la castración, la falta, el goce y el Otro simbólico (Verhaeghe, 2004). Por lo tanto, una hipótesis de trabajo sobre la estructura clínica del paciente es esencial para que el analista determine cómo situarse respecto a la transferencia y, por consiguiente, la dirección del cura.

Por ejemplo, para pacientes psicóticamente estructurados, la castración y la falta son, en la terminología freudiana-lacaniana, radicalmente forcluidas, expulsadas incluso del inconsciente del paciente (Gherovici y Steinkoler, 2015; Vanheule, 2011). En consecuencia, el Otro simbólico se experimenta como presente dominante (como en la certeza del sujeto paranoide de la existencia de alguna fuerza externa controladora) o como aparentemente inexistente (como en los casos en que las leyes culturales, los imperativos morales y las convenciones sociales no se han integrado adecuadamente) (Leader, 2011). Para el paciente con una estructura psicótica latente, la intensidad del deseo del analista (normalmente como se experimenta en la relación de transferencia) podría experimentarse como aniquiladora, como potencialmente precipitante de un brote psicótico. Por ello, los analistas normalmente no considerarían emplear ninguna medida disruptiva de escansión con pacientes con antecedentes de psicosis o con aquellos sobre quienes tienen alguna duda sobre la posibilidad de una estructura psicótica subyacente, aunque esté latente.

Por el contrario, los neuróticos y perversos pueden, al menos en teoría y a pesar de múltiples estrategias defensivas, llegar al reconocimiento de la castración, la falta y el Otro simbólico (Verhaeghe, 2001). Mientras que para aquellos con estructura perversa, la castración es incompleta o repudiada y el Otro simbólico debe hacerse existir, para aquellos con estructura neurótica, el Otro simbólico existe de forma demasiado autoritaria, y la castración, aunque ostensiblemente completa, existe de forma reprimida (Swales, 2012). Como la mayoría de los pacientes que se presentan a terapia por su propia voluntad y para quienes el uso de la escansión es apropiado tienen una estructura neurótica, nos centraremos en lo que sigue en el uso de la escansión y su relevancia para esta estructura clínica. La neurosis, como Fink (1997) la explica, se define por una negativa a ser la causa del goce del Otro, aunque, paradójicamente, son las operaciones de un superyó castigador, represivo y obsceno las que refuerzan y aseguran la convicción del goce del Otro. En otras palabras, en sus intentos conscientes de frustrar lo que perciben como los deseos más profundos de sus padres, los neuróticos a menudo terminan dolorosa y repetidamente atados a cumplir inconscientemente o a rebelarse eternamente contra estos mismos deseos (Dor, 1999). El proceso de análisis, por lo tanto, implica «una dialectización del deseo del analizante y [un] fomento de la separación del analizante del deseo del Otro» (Fink, 1997, p. 128).

Lacan describe tres tipos diferentes de estructuras neuróticas: histeria, obsesión y fobia, cada una caracterizada por una fantasía fundamental distintiva, mediante la cual el sujeto asume una posición con respecto al deseo del Otro. Para el histérico, la fantasía fundamental implica un intento de superar los efectos de la separación del Otro. El histérico se sitúa así en la posición de aquello que se cree que el Otro desea (el objeto causa de deseo u objeto a). De esta manera, al asumir la posición de aquello que el Otro desea, quiere o le falta, el Otro puede, al menos en la fantasía, aparecer entero o completo (Soler, 1996). La estructura fóbica guarda similitudes, según Fink (1997), con la estructura histérica en que “refuerza” parte de la falta en el Otro, aunque a través de la formación de una fobia en lugar de la creación de un síntoma histérico. En la neurosis obsesiva, por el contrario, la fantasía fundamental implica un intento del obsesivo de superar los efectos de la separación en el sujeto mediante la aniquilación o neutralización del deseo del Otro. Así, en la neurosis obsesiva, el sujeto intenta continuamente constituirse como alguien unificado que no carece ni necesita nada del Otro.

Como la dirección de la cura en el psicoanálisis lacaniano implica el movimiento subjetivo del analizante con respecto a la fantasía fundamental, el trabajo de análisis es diferente para aquellos con estructuras histéricas en oposición a aquellos con estructuras obsesivas. El obsesivo desea evitar, ignorar o negar el deseo del Otro, de hecho, del analista, y por lo tanto también el trabajo del inconsciente u Otro dentro de sí mismo (Verhaeghe, 2004). Por lo tanto, para obtener movimiento en el síntoma y la estructura obsesivos, el analista necesita puntuar y reforzar continuamente la existencia del deseo enigmático del analista como el “sujeto supuesto saber” transferencial. En la situación analítica, esto abre al analizante obsesivo al deseo del Otro, permitiendo así el trabajo de lo que Lacan (2007) llama la “histerización” del sujeto. Dado que quienes poseen una estructura histérica ya son plenamente conscientes del deseo del Otro, el análisis exige que la histérica desplace su atención hacia sus propios deseos en lugar del deseo del Otro. Esto, para Lacan (2007), se describe como un cambio en el discurso, desde lo que él describe como el discurso histérico al discurso del analista.

Por lo tanto, la escansión puede emplearse de maneras estratégicamente diferentes para pacientes con estructuras histéricas y obsesivas. En un paciente con estructura histérica, la escansión puede ofrecer una manera de visibilizar las producciones del inconsciente como algo más que un simple dominio del conocimiento del analista o la satisfacción de su deseo. A modo de ilustración, presentamos un breve ejemplo extraído de la práctica clínica de Celeste Pietrusza.

La escansión como medio de separación

Una paciente universitaria llevaba aproximadamente un año en terapia, trabajando principalmente en sentimientos, recuerdos y asuntos familiares relacionados con la muerte de su madre por cáncer cuando era adolescente. Al inicio de la terapia, hablaba de su madre en términos positivos y elogiosos. Rara vez mencionaba a su padre, a quien aún veía con regularidad, salvo con los términos despectivos que le había dado su madre. La paciente se quejaba de insatisfacción en sus relaciones románticas y sexuales con chicos, quienes, según ella, no la comprendían ni sabían cómo satisfacerla sexualmente. En sus relaciones, solía pedir consejo (“¿Qué debería hacer?” o “¿Qué quiere de mí?”), preguntas que la terapeuta, deseoso de sonsacarle el deseo, evitaba responder.

En una sesión, la paciente empezó a hablar de su disgusto por el hecho de que su padre, a quien describió como “grande y corpulento”, concertara citas con “mujeres pequeñas y delgadas” a través de una página de citas online que ella misma utilizaba. Más tarde, en la misma sesión, recordó un sueño de la semana anterior en el que estaba en una casa de playa con su madre cuando un barco apareció en el muelle para llevarla (a la paciente) a una fiesta de vacaciones de primavera. Subió al barco, que estaba ocupado por una serie de personas al azar que no pudo distinguir, con la excepción de una: el hermano menor de su exnovio.

La paciente comentó que este sueño era diferente a otros sueños sobre su madre, ya que, por una vez, no era triste; contrariamente a la tendencia de muchos sueños anteriores, no era una niña y no lloraba. Esta vez era su madre la que estaba triste, y era la hija (la paciente) quien, en otra inversión de muchos sueños anteriores, se despedía de ella. Al pedírsele que compartiera asociaciones con playas, casas, muelles, etc., la paciente ofreció poco que pareciera fructífero. Sin embargo, cuando se le preguntó sobre sus asociaciones con el hermano de su exnovio, dijo: “Siempre lo encontré misterioso y atractivo, pero nunca dije nada al respecto”, antes de añadir: “Es un poco… corp… ¿¡Qué intentas sugerir!?”, lo que proporcionó un punto oportuno para terminar la sesión. La paciente se sonrojó, rió y salió de la habitación.

En la siguiente sesión la paciente regresó y comenzó a hablar de sus experiencias sonrojándose, recuerdos de su infancia y adolescencia, su educación católica y, luego, más tarde, sus hábitos de ver pornografía en línea, algo que su madre la había sorprendido haciendo una vez y que nunca más había mencionado a nadie.

Al menos dos factores parecen dignos de mención aquí: el efecto Zeigarnik prospectivo de las múltiples preguntas que se habían planteado al terapeuta y que quedaron sin respuesta, en primer lugar, y el punto de énfasis en un aspecto particular de la narrativa de la paciente logrado por la escansión de la sesión en un punto particular. La suspensión de la resolución —como es el caso de que la analista resolvió no responder directamente a ninguna de las demandas de la paciente— significó que incluso en ausencia de cualquier interpretación ofrecida, la propia paciente produjo una asociación nueva y previamente inconsciente. Esta asociación, una apertura del inconsciente —para usar la frase de Lacan (1981)— vinculó al hermano del exnovio de la paciente con su padre, y la sorprendió al decirlo. Expresaba un deseo que ella encontraba diferente de lo que ella, o su madre —quien menospreció a su padre y la reprendió a ella por su consumo de pornografía— podrían querer o esperar de ella como una “buena chica católica”.

Se podría especular que el corte que la escansión creó le dio a la paciente el espacio necesario —la separación del Otro— para que su propio conocimiento y deseo inconscientes afloraran. Durante el año siguiente, comenzó a hablar más con su padre, se acercó a algunos familiares mientras se sentía menos presionada y en deuda con otros, y desarrolló una idea más matizada de su madre como persona, en lugar de alguien que había sido “perfecta a los ojos de todos, incluido Dios”. Empezó a preguntarse qué podría haber querido su madre de su propia vida si no se hubiera visto truncada por el cáncer, así como en quién podría llegar a convertirse ella misma más allá del alcance de los deseos de su madre. Tomó más riesgos: empezó a participar en slam poetry, hizo amigos nuevos y diferentes y empezó a salir con chicos más allá de los del barrio y amigos de la familia que su madre le había dicho que eran “casables”. Además, se preguntaba si habría sido capaz de hacer estas cosas si su madre aún estuviera viva; si su madre habría estado orgullosa de ella; si su madre la habría regañado por abandonar la Iglesia Católica y seguir otros deseos. La diferencia crucial entre estas preguntas y las que había planteado anteriormente era que ya no se dirigían directamente a la terapeuta —al Otro—, sino que eran preguntas abiertas sobre la singularidad de su deseo y sirvieron de base para su propia reflexión y exploración.

Dando vida al deseo

Si bien la puntuación y la interrupción que proporciona la escansión pueden ser eficaces para quienes presentan estructuras perversas, fóbicas e histéricas, en el psicoanálisis lacaniano suele ser más útil para impactar a quienes presentan estructuras obsesivas, ya que introduce la presencia del deseo del Otro de una manera directa, pero enigmática e inasimilable. Como escribe Fink (1997):

Los analistas que trabajan con obsesivos están bastante familiarizados con la tendencia del obsesivo a hablar sin parar, a asociar e interpretar por sí mismo, sin prestar atención a las puntuaciones ni a las interpretaciones del analista. De hecho, el analista debe hacer un esfuerzo considerable para evitar que el obsesivo se abalance sobre su intervención: el obsesivo le da la impresión de que se entromete, interfiriendo en lo que quería decir… Cada sonido que el analista emite —moviéndose en su silla, incluso respirando— es excesivo, recordándole al obsesivo la presencia del analista, que preferiría olvidar. (p. 131)

La escansión proporciona una intervención que el paciente no puede ignorar, eludir o hablar fácilmente: detener la sesión le recuerda al paciente obsesivo que el analista está presente, vivo, deseando en lugar de muerto, como suele preferir la fantasía fundamental del obsesivo. La sorpresa del paciente ante el deseo del analista proporciona así una apertura a las operaciones de la transferencia y la fantasía fundamental, ya que el obsesivo ya no es capaz, al menos idealmente, de refutar cualquier confianza o dependencia del Otro. Para el paciente obsesivo para quien los pensamientos, opiniones y recuerdos suelen estar fácilmente disponibles, pero separados del afecto, la interrupción que proporciona la escansión puede realizar el trabajo de lo que Fink (1997) describe como «transferir el afecto disociado al aquí y ahora de la situación analítica» (p. 114).

Pasamos ahora a otro ejemplo extraído del trabajo clínico de la autora principal, Celeste Pietrusza, en el que el uso de sesiones de duración variable resultó fundamental para el tratamiento. Un hombre de 41 años fue derivado por un terapeuta de orientación psicodinámica. El paciente se sentía atormentado por sentimientos de culpa por haberse declarado en bancarrota recientemente y dudaba de su competencia y capacidad. Además, sufría las consecuencias de una procrastinación extrema. No solo llevaba más de 14 años trabajando en su doctorado, sino que se encontraba en proceso de una separación y divorcio aparentemente interminable de su esposa, con quien no había tenido relaciones sexuales durante más de una década. En las sesiones preliminares, afirmó estar “seguro” de que su antiguo terapeuta le había transmitido “todos los detalles importantes y relevantes” sobre él, y pareció comenzar su relato casi exactamente donde lo había dejado con el anterior terapeuta, como si no se diera cuenta ni le importara que ahora estuviera trabajando con un terapeuta diferente. Cualquier intento de preguntar sobre la particularidad de ciertas palabras o frases que utilizaba era seguido por una mirada despectiva; él ignoraba tales preguntas o intervenciones y simplemente continuaba hablando de una manera que parecía bien ensayada.

La primera sesión duró 50 minutos completos; el anuncio de la analista de que el tiempo se había acabado fue respondido con la protesta del paciente de que aún faltaban “diez minutos”. Continuó hablando sin vacilar hasta que, justo a la hora en punto, anunció: “Bueno, se nos acabó el tiempo”. En esta etapa del trabajo no se había adoptado una orientación explícitamente lacaniana, pero ya parecía evidente —hecho que se confirmó en las siguientes sesiones— que muy poco iba a cambiar en el transcurso de la terapia con este paciente a menos que fuera posible una intervención más drástica.

El paciente era el menor de una familia católica de nueve hijos, pero no se mostraba comunicativo cuando se le preguntaba repetidamente por su historia familiar. Llegó incluso a insistir en que su vida familiar era “completamente normal” y que todo lo que le había sucedido antes de los 18 años era “irrelevante” y “absolutamente ajeno” a su condición actual. Llenó la mayoría de las sesiones con lo que Lacan (2006a) llama «discurso vacío»: detalles yoicos banales de sus rutinas diarias, problemas con el coche y preocupaciones económicas o, en su defecto, los temas más intelectuales de las conferencias académicas sobre estructuralismo, estudios religiosos y teoría del parentesco. Cualquier desliz o ambigüedad verbal del paciente señalado por la analista clínico se descartaba como “tonto”. La mayoría de las veces, a esos momentos les seguía una pregunta igualmente desdeñosa sobre lo que la analista creía que se suponía que significaban. A esto le seguía una explicación didáctica —que, por supuesto, no le daba tiempo a la analista para responder— sobre el significado pretendido, a menudo acompañada de la exclamación de sorpresa de que “no estaba seguro de qué no entendía o de por qué lo que decía no era claro”. En términos lacanianos, parecía bastante claro que el paciente deseaba negar el deseo del Otro, intentar silenciar a la analista —y a cualquier otro Otro cuestionador o en falta—. No era de extrañar, por lo tanto, que rara vez mencionara a otras personas de su vida, hasta —como gradualmente se hizo evidente— el final de cada sesión.

El patrón se volvió entonces rutinario: en los últimos cinco minutos de la sesión, el paciente finalmente empezaba a hablar de alguien importante en su vida, pero no avanzaba mucho en la conversación antes de declarar que era hora de parar. La repetición de este patrón requería una intervención, si no en la línea de una interpretación basada en el significado, sí, siguiendo un enfoque más lacaniano, una especie de gesto performativo o, siguiendo la lógica de la sesión variable, una intervención a nivel del tiempo de la sesión.

Tras aproximadamente tres meses de terapia, el paciente empezó a hablar de su hijo, a quien rara vez mencionaba, y de su salud mental, casi exactamente 5 minutos antes de la hora. Al darse cuenta de que había pasado una hora, dijo: “Bueno, tendré que contarte qué pasa la semana que viene, ya que se nos acabó el tiempo”. En lugar de ceder a esta exigencia, el terapeuta le dijo: “Adelante, creo que esto es importante”. Por primera vez en la terapia, el paciente relacionó sus experiencias con su hijo con sus propias experiencias de adolescente. Habló de cómo, cuando su madre se divorció de su padre, vendió la casa donde vivía solo él, el menor de los nueve hijos, para mudarse a California. No dejaba de mirar el reloj mientras hablaba, preguntándose en voz alta de vez en cuando “cuándo terminaríamos”, mientras seguía hablando. “¿Cuándo me detendrás? ¿Y si tuviera que irme?”, preguntó.

Al brindarle al paciente 15 minutos adicionales inesperados, se produjo algo inesperado; como una interpretación eficaz, se logró obtener material nuevo. También cambió el curso de la terapia; se introdujo en el trabajo un horizonte diferente de experiencia personal. No hubo más sesiones largas: tras el éxito de esta intervención inicial, no fue necesaria ninguna. Como Fink (1997) escribe sobre la sesión de duración variable, «sorprende a los analizantes, hasta cierto punto, y puede utilizarse de tal manera que también los anime a ir a lo bueno» (p. 18). Si bien en la siguiente sesión, el paciente comenzó a hablar de su coche y asuntos financieros, luego miró directamente a la profesional y comentó en voz alta que ella no había dicho nada. “Quizás el coche no sea lo más importante”, comentó, y, una vez incitado a pensar qué podría ser lo más importante, pasó a hablar de la paternidad, ofreciendo una serie de reflexiones y recuerdos de su propio padre. El padre, según se supo después, había cursado un doctorado con la esperanza de ganar más dinero, pero acabó describiendo una carrera en el sector inmobiliario.

Aunque el paciente seguía mostrándose burlón y algo desdeñoso con la terapeuta, este comenzó, sobre todo al inicio de las sesiones, a ser más receptivo a la libre asociación y menos atento e insistente con la duración de la sesión. Su disposición hacia la terapeuta cambió: la miraba con curiosidad, consciente —al parecer— de que ella era alguien diferente en la consulta, alguien que interrumpiría la sesión en lugar de él. En resumen, la terapeuta había asumido un estatus transferencial, el de “sujeto supuesto saber”. Esto se confirmó por el hecho de que el paciente empezó a hacerle preguntas sobre ella, sobre las salas de la clínica y otras cosas aparentemente insignificantes a su alrededor. Esta disposición inquisitiva marcó un cambio radical: el paciente se había vuelto al menos mínimamente “histerizado”, lo suficiente como para que las primeras aperturas e indagaciones sobre los mecanismos del inconsciente se hicieran viables.

A pesar de los avances mencionados, aún había una persona de la que el paciente no hablaba, incluso después de casi un año de terapia: su madre. El hecho de recibir una misteriosa tarjeta de su madre por correo le brindó la oportunidad de indagar más directamente en la importancia de su madre en su vida. A lo largo de cuatro sesiones, el paciente reflexionó sobre la recepción de la tarjeta, diciendo que “no sabía qué pensar de ella”. La había dejado sobre la repisa de la chimenea en casa. Aunque sabía lo que decía, no soportaba mirarla y no quería hablar de ella en terapia. Las preguntas posteriores sobre el contenido y el significado de la tarjeta fueron respondidas con evasivas. Fue solo en la cuarta sesión, cuando volvió a negarse a hablar del tema —“No quiero hablar de esa tarjeta. No sé qué siento por ella”—, que el terapeuta interrumpió la sesión antes de la media hora. El paciente levantó la vista, de repente, con enfado: “¿Me estás echando?”, exclamó.

Esta fue una expresión de afecto sin precedentes por parte del paciente, ya que típicamente hablaba de manera mesurada e inexpresiva. “Bueno”, dijo, protestando, “no me voy. Me quedo”. Luego intentó reanudar la conversación: “Como decía…”, dijo, pero parecía derrotado. Ofreció algunas frases más deslucidas, y ante el silencio del terapeuta, deshecho y frustrado, se rindió, anunciando que volvería la semana siguiente. Esta escansión tuvo el efecto inesperado de exponer una pregunta relacionada con la transferencia. ¿Cuál era el deseo de su madre al dejarlo atrás cuando vendió la casa de su infancia? ¿Cuál era el deseo del terapeuta al terminar la sesión en ese punto en particular? La escansión pareció abrir una histerización más radical que la que se había permitido previamente, planteando una pregunta inevitable a propósito del deseo del Otro que de otro modo habría sido evadida, eludida.

En el caso de este paciente obsesivo, se podría argumentar que la duración estándar de la sesión y el “ambiente de contención” [holding environment] proporcionado por muchas terapias, si bien quizás proporcionaron mucha comprensión consciente de los patrones de comportamiento, hicieron poco para alterar o cambiar la estructura de su síntoma. Más bien, como el paciente prefería permanecer en el nivel del yo, bloqueando el inconsciente y el deseo del Otro, la terapia a menudo sirvió, y ciertamente al principio, como una “rutina” más en su mundo de patrones habituales y consistencia. Como Fink (1997) explica: al intentar negar cualquier dependencia del Otro a través de un bloqueo agresivo del deseo del Otro, la obsesión afirma vigorosa y paradójicamente la existencia del Otro. No debería sorprender entonces que este paciente, cuando finalmente habló sobre la tarjeta, dijera que contenía un cheque de su madre—que le había estado enviando dinero regularmente durante años— con una nota que decía, entre otras cosas, ¡que sería el último!

Sobre (no) saber cuándo parar

Si bien es bastante fácil describir los efectos de la escansión como un acto analítico, lo que es mucho más difícil de capturar en palabras es cómo y cuándo, como analista, uno opta por detener una sesión. Vinciguerra (2003) escribe que «[e]n el acto, el psicoanalista está autorizado por sí mismo, es decir, no por ninguna fantasía. El acto analítico tiene como responsabilidad poner la transferencia a trabajar». Como hemos visto, en la tradición lacaniana, siguiendo la lógica de Zeigarnik, uno intenta engendrar efectos de suspensión, para puntuar o detener las sesiones en momentos que son sugestivos, preñados o precipitantes. Uno apunta en esta forma performativa a ofrecer algo parecido a un gesto interpretativo enigmático, a plantear una pregunta y así poner al inconsciente a trabajar, a subrayar potencialmente una faceta de la transferencia y a producir nuevo material. A veces, el despliegue del material en la sesión es suficiente para sugerir cuándo es el momento adecuado: cuando el paciente se sobresalta por algo que dice; cuando se anuncia una ambigüedad involuntaria del habla; o (como se mencionó anteriormente) cuando existe una resistencia manifiesta a hablar. He aquí una sugerencia adicional. Una exploración eficaz también está quizás vinculada a cierta ansiedad por parte del clínico, más específicamente, a su sensación de que si el paciente fuera más allá, si dijera algo más, sería un error, y potencialmente desharía o minimizaría el impacto de lo que acaba de preguntar o decir. Esto no pretende dar una falsa garantía de que el clínico siempre sabrá cuál es, estratégicamente, el mejor momento para actuar, pues la elección es en sí misma un acto, un gesto precipitado. De hecho, implica una sensibilidad retroactiva: solo se puede evaluar su eficacia después del hecho. Lo que esto también significa es que muchos de los mejores momentos potenciales de escansión sólo se conocen demasiado tarde, después de que se ha perdido la oportunidad, después de que una sesión inicialmente prometedora ha perdido su foco o impacto, y ha vuelto a recurrir a lo menos desafiante y más tranquilizador (que consolida el yo) del “discurso vacío” de Lacan, donde hay un “cierre del inconsciente”.

Lo que parece difícil de negar es que, si bien la sesión convencional de 50 minutos proporciona un espacio seguro, regular y contenedor en el que los pacientes pueden hablar, lo que excluye son los posibles beneficios terapéuticos relacionados con los efectos clínicos de la interrupción y la suspensión, la separación y la no resolución.

Referencias

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